Irish Road Trip - CAPITULO 1: DUBLIN
- Brogger
- 25 feb 2020
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 2 mar 2020
Empezaba a llover en el All Ireland Polo Club. Después del partido subimos apurados los caballos al camión y guardamos todos los equipos. Había pasado los últimos diez meses trabajando para la misma familia, con la misma gente y en el mismo lugar. Había alcanzado con ellos una estabilidad inusual en mi vida, y hasta llegué a querer el campo donde vivía como mi propia casa. Ya no volvería a County Tyrone, ni a sus inacabables colinas verdes, ni a su laberinto de caminos. Me despedí de mi jefe con un abrazo. "Remember, you'll always be welcome" me dijo. Sin más, subí las cosas al auto. Su madre me acercó hasta la parada de colectivo en la puerta del Phoenix Park. Saqué mis cosas del baúl, nos dimos un abrazo, y se fue.
En ese instante, mientras veía al auto alejarse, caí en la cuenta que empezaba la aventura más grande de mi vida. No hablo de los dos días en Dublin, ni de la semana en Irlanda, sino de los tres meses y medio recorriendo el viejo continente. Algo que había soñado por más de veinte años (si, a los siete ya fantaseaba con recorrer Europa). Parado bajo la lluvia, con todo mi bagaje. Lo que sentí entonces fue inolvidable. Una tormenta de emociones, a cual más fuerte. La nostalgia de dejar atrás mi casa y la adrenalina por lo que se venía. La sensación de total desnudez, parado solo frente a la inmensidad del mundo. La excitación voraz donde no podía parar de pensar en los miles de lugares que quería visitar. Las rutas Irlandesas, los palacios de París, las montañas de Eslovenia, los pueblitos italianos. Y también angustia, muchísima angustia por todo lo que tenía en juego. ¿Y si sale mal? ¿Y si pierdo mis cosas? ¿Y si me roban? ¿Y si me quedo a la buena de Dios vaya a saber uno donde? Y así arranqué, con un nudo en la garganta, una lágrima en la mejilla y una sonrisa que no me cabía en la cara.. Me tomé el colectivo, me bajé a dos cuadras del hostel y caminé hasta la puerta. Hostel uno de treinta y pico, noche uno de ciento dos. Check in, ducha (olía todavía a caballo) y a la cama. Después de tantas cosas sucediendo dentro y fuera de mi, necesitaba un descanso.
Un par de horas después me despertó una linterna en la cara. Apenas si podía ver, pero la voz era inconfundible: Juli. Permítanme presentarla. Juli, Jules, Potato. Amiga entrañable, de esas que me conocen como pocos y con la que he vivido algunas de las más descabelladas aventuras de mi juventud. Loca como una cabra, con un sentido del humor demasiado ocurrente. Ahora, también compañera de viaje.

Recién llegaba a Irlanda después de unas semanas de sol en España. Ese fue todo el sol que vio en Europa, porque Irlanda, bueno, ya saben… Obviamente nos saludamos con abrazos y gritos que molestaron bastante al resto de los que ocupaban el cuarto. Nos cambiamos y encaramos a la calle. Primer parada: The Old Storehouse (tomen nota, este es mi pub preferido). Un edificio bastante grande en el medio del barrio más turístico de Dublin, Temple Bar. Totalmente construido en piedra, con dos arcadas por la que bien podría pasar un carro. Después de todo, storehouse quiere decir depósito, y teniendo en cuenta que hablamos de Dublin, de seguro era uno de cerveza. Y un poco depósito también es por dentro. Barriles, bicicletas colgadas de la pared y una colección de objetos antiguos de todo tipo, tamaño y color. Una barra bien larga, una Guinness para mi y otra para Juli. Estuvimos un par de horas ahí, poniéndonos al tanto de nuestras vidas y debatiendo de las cosas que íbamos a hacer en esa semana, al son de la banda que tocaba al fondo. Después de dos o tres cervezas más y de alguna forma que desconozco, terminamos yendo a bailar. Algo que ninguno de los dos jamás hace, pero bueno, estábamos ahí para hacer lo que no hacemos el resto del año, y eso hicimos. Hay fotos? Si. Pero para preservar la salud mental de los lectores decidí no inclurlas.

Como bien se imaginan, al día siguiente nos levantamos tarde (y con resaca), pero era nuestro único día completo en Dublin y había que aprovecharlo. Después del desayuno sin pena ni gloria del hostel salimos a caminar. Dublin es una ciudad de contrastes. Construcciones de ladrillo de más de ciento cincuenta años, oficinas modernas en Silicon Docks, el barrio más nuevo. Puertas de mil colores contra el eterno gris del cielo. Callejones angostos y las orillas del río Liffey, sobre las cuales se alzan algunos de los edificios más emblemáticos de la ciudad. El Liffey tiene una particularidad. La corriente cambia de sentido según la hora del día. Es una ciudad bastante llana y muy cerca de la desembocadura del río, lo que hace que este suba o baje según la marea.

Nuestra primera parada del día fue el Trinity College. Un predio gigantesco, con varios edificios georgianos rodeando una plaza central. En el centro de esta se alza un campanario de proporciones descomunales. La principal atracción del Trinity es su biblioteca, que tiene ya unos cientos de años, con estantes de madera que se alzan a varios metros del piso. Desgraciadamente la cola para entrar era eterna y costaba 17 euros. Dado que contábamos con poco tiempo y presupuesto, decidimos no entrar. Pero a quien tenga ambas, se los recomiendo, es una de las bibliotecas más imponentes del mundo. Dentro de esta biblioteca está el Book of Kells, uno de los libros medievales mejor conservados del mundo y sin duda el tesoro más preciado de Irlanda. Dado que no pude entrar, les dejo una foto que tomé prestada de internet.

Muy cerca del Trinity está Grafton Street, la peatonal de Dublin. No importa qué época del año sea ni qué tan riguroso sea el clima, siempre, pero siempre, habrá unos cuantos músicos que vale la pena escuchar. Bajando desde el Trinity por Grafton llegamos a mi lugar preferido en Dublin: Stephen’s Green. Un parque que emana paz. Lo suficientemente grande para no ver los autos y lo suficientemente pequeño para escuchar al viejito gaitero que toca todos los días cerca de la esquina de Grafton. Mucho pasto sobre el cual tirarse, árboles añosos, fuentes, y hasta un lago.

Frente a ese lago, bajo el mismo árbol (desde el cual se puede escuchar al gaitero) me solía tirar eternas tardes de verano. Tomando un mate, fumando un pucho, y escuchando al viejo gaitero, junto con Lisandro, otro argentino solo en Dublin del que termine siendo muy amigo. Y hablando de Argentina, los sábados de verano hay milonga en la glorieta del Stephen’s. Nunca fui tanguero, pero escuchar a Piazzolla y Mores tan lejos de mi Buenos Aires era un mimo para el alma.
Pero volvamos a nuestro día. Después de almorzar algo nos fuimos a nuestro segundo destino del día y definitivamente el más importante para Juli: Phoenix Park. El mismo del que partí el día anterior después del partido de polo. Es el parque principal de Dublin y es muy fácil de encontrar. Es GIGANTE. A diferencia de los parque normales, donde hay pasto corto y flores, el Phoenix tiene cierta dejadez que hace que uno se sienta realmente inmerso en la naturaleza. Te vas caminando y de repente estás en el medio de bosque, sin ruidos, ni autos, ni gente. Solo bosques y praderas de pastos altos que llegan hasta el horizonte. Lo mas lindo del Phoenix es, sin embargo, sus animales. Hay zorros, ardillas, ciervos. Si ciervos, y les pueden dar de comer.


Con Juli nos llevamos una bolsa de zanahorias. Ni bien vimos un grupo de 20 o 30 ciervos en el medio de una cancha de rugby, los encaramos con nuestra “carnada”. No se asustan para nada y en cuando ven una zanahoria, se vuelven completamente locos. Nos pasamos como una hora dándoles de comer. Juli estaba al borde del colapso por nivel de excitación que manejaba. Yo lo había hecho ya un par de veces antes así que no me resultó tan impactante. Pero si, darle de comer a un ciervo de la mano mientras le acaricias la cabeza es sin duda una experiencia que me llenó de alegría cada vez que la hice.
Eventualmente nos quedamos sin zanahorias, para tristeza de todos (incluyendo los ciervos, que son un poco adictos). Encaramos entonces la vuelta al centro. Unos chicos dublineses que Juli había conocido unas semanas antes de Lisboa nos habían organizado un pub crawl. Previa ducha, nos encontramos con ellos en el mítico Temple Bar. Les voy a dar una recomendación a la que probablemente no hagan caso, pero eso ya es cosa de ustedes. No entren. Temple Bar es la tourist trap mas grande de Dublin y probablemente de Europa. La cerveza es carísima, está siempre abarrotado de turistas y ni siquiera la gente que te atiende es irlandesa. Fui varias veces y jamas la pasé del todo bien, pero para todo turista es una parada obligada. Mi recomendación es ir a cualquier otro bar, posiblemente fuera de la zona de Temple, que es la más turística, y llevarse una experiencia mucho más genuina y bastante más barata.

La tarde se hizo noche y después de Temple siguieron otros tres pubs. Nos despedimos de los amigos de Juli y nos fuimos a dormir. Nos esperaba un dia muy largo y el primero del verdadero viaje: Glendalough y Wicklow Mountains. Como en todo viaje, siempre quedan cosas pendientes. Con un par de días más hubiéramos podido ir a Malahide, o a pasear por las costas de Howth, o visitar a la gran ausente de nuesteo recorrido, la fabrica de Guinness. Pero si hubo algo que aprendí, es que nunca hay tiempo para todo. Además, cuando quedan cosas pendientes, queda enrteabierta la puerta para volver. Ojalá los caminos de la vida me lleven de vuelta a Dublin, y así poder pasar por la Guinness Storehouse, entrar a la biblioteca del Trinity, y sentarme otra vez bajo mi árbol frente al lago de Stephens Green, a escuchar una vez más al viejito gaitero.
By: Javo Buchanan
Instagram: @javobuchanan
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