Hola, soy Javo!
- Brogger
- 3 dic 2019
- 4 Min. de lectura
Hola, Soy Javo Buchanan, tengo 28 años y hace 2 años un mes y 23 días (781 en total), que me dedico a viajar por el mundo.

Sin embargo esto no empezó hace dos años, se remonta hacia 20 años atrás, al día del cumpleaños de mi hermano Peter. Su padrino le regaló un atlas infantil de proporciones descomunales, media casi lo mismo que yo (cosa no muy difícil, tenía algo así como 7 u 8 años). Lo que nadie se imaginaba es que ese regalo terminaría de cierta forma siendo para mi, y que me cambiaría la vida. Me pasaba horas leyendo ese librote, mirando sus mapas, sus dibujos y colores. A los pocos meses ya me conocía todos los países del mundo, sus capitales, sus principales actividades y culturas. Así fue como desde ese día, mi sueño fue siempre el mismo: Ir a los lugares de los que leía en el atlas. Obviamente que mandar a un chico de 8 años a Mongolia no es una idea muy brillante, así que tuve que esperar. Pasaron los años y yo seguía en el mismo lugar de siempre, pero encontré diferentes formas de viajar: Leyendo, viendo películas, incluso viajando por la ventana del bondi. Siempre, y en todo momento, viajaba. Y así fue como seguí viajando a otros países,universos y edades distintas. Conocí los palacios de sultanes y faraones. Dormí en las calles de Dehli, crucé los alpes a lomo de elefante. Navegué barcos piratas, monté dragones, y luché hasta morir con hombres que creían en causas justas. Toda mi vida discurría entre la realidad y ese mundo imaginario donde me pasaba la mayor parte del tiempo. Y así se mantuvo a lo largo de los años. Mientras mis profesores explicaban funciones polinómicas yo estaba en algún lugar de la Tierra Media o la Antigua Roma. Había un solo problema, y para nada menor: esas historias eran de otros hombres, y vivían solo en mi mente. Quizás, algún día, serían las mías.
Metamos fast forward hasta el año 2016. Las vueltas de la vida y los constantes baldazos de agua fría que nos da la realidad hicieron que mi sueño de viajar vaya quedando relegado, hasta parecer una mera ilusión, algo que debería esperar a la próxima vida. Cursaba ya mi ultimo año de agronomía y me topaba con un futuro aterrador. La idea de conseguir un trabajo, tener mi casa propia, sentar cabeza, y seguir el rumbo que llevan la amplia mayoría de las personas me resultaba agobiante. Cabe mencionar que, hasta mis 26 años, la única vez que había salido de Argentina había sido un fin de semana largo a Paysandú (Uruguay) y, que me perdonen mis hermanos charrúas, era prácticamente como no haber salido jamás del país. Asentarse implicaba quedarse ahí, donde estuve siempre, para siempre. Me espantaba más la idea de no conocer el resto del mundo que la de empezar a ser un adulto responsable (cosa que, aunque parezca que no, lo soy). Quince días de vacaciones al año no eran suficientes para ir a todos los lugares de los que había aprendido en ese atlas 20 años atrás. -Es ahora o nunca-, pensé. Y desde ese día tuve una sola cosa en la cabeza: cumplir mi sueño. No sabía ni cuando ni a donde, pero que me iba, me iba. Me enfoqué en terminar la carrera, preparar todo lo que fuera necesario, y mentalizarme en lo que estaba por pasar. Y así fue que llegó el día. Di el salto al vacío. 18 de septiembre de 2017. Con 26 años, solo, sin nunca haber subido a un avión y con muy pocos ahorros, me fui. Con un nudo en la garganta y un huracán de emociones dentro, sin saber lo que me esperaba, pero confiando que lo que venía era algo grande, y que pase lo que pase, iba a salir bien.
Así fue. Han pasado 795 días desde aquel 18 de septiembre. Quizás se pregunten por qué me acuerdo tan bien de la fecha. Es una obviedad: nadie se olvida de su cumpleaños. Desde aquel día mi mente y mi cuerpo están en el mismo lugar. Ya no leo ni vuelo con la imaginación (tanto como antes por lo pronto), por la simple razón que ahora las aventuras las vivo en carne y hueso. 23 países, una infinidad de maravillas naturales y hechas por el hombre. Montañas, playas, lagos. Ciudades, castillos, palacios. Tormentas de nieve y de arena, catedrales góticas y templos budistas, desiertos, bosques y selvas. Fui yo quien navegó en un velero de 12 metros en mar abierto una noche cerrada, quien nadó en la Gran Barrera de Coral, quien durmió a la luz luna en el Sahara, quien caminó por días para llegar a playas desiertas. Conocí gente de decenas de países, logré hacerme entender en varios idiomas que no hablo, probé comidas cuyo nombre no sé pronunciar. Reí, lloré, tuve miedo, adrenalina y éxtasis y angustia. Mi vida ahora está en constante movimiento. Me he convertido en un trotamundos. Paisajes, texturas, aromas y costumbres siempre nuevos. Colores que no conocía, música que nunca había escuchado. Siempre hay más, y mientras haya lugares para explorar, mi hambre de viajar seguirá estando, recorriendo el atlas, ya no con la imaginación, sino con todo lo que soy. Las historias que escuchen mis hijos y nietos no van a ser las de otros hombres, van a ser las mías, siempre alentándolos a que salgan a buscar las suyas. Espero que también les sirva a ustedes, sea cual sea el sueño que tienen, para que salgan a vivirlo. Me encanta saber que van a estar ahí, leyendo y viajando conmigo, como yo estuve leyendo y viajando con ese atlas para niños que hoy junta polvo en el altillo de la que una vez fue mi casa. Agarrense fuerte y abrochense los cinturones.
Partimos hacia destinos desconocidos, pero que nunca defraudan.
Comments